La única razón para odiar los transgénicos es la falta de información científica

 

‘Defender que la agricultura ecológica es la única viable y éticamente aceptable es una ventolera de quien nunca ha sufrido para llegar a fin de mes’.

¿Qué habríamos pensado si se hubiesen convocado foros así sobre el ébola o las vacunas y no se hubiese contado con la participación de los médicos?.

¿Es socialmente justo? A mí no me lo parece, pero la solución no es prohibir los transgénicos, sino invertir fondos públicos en su investigación y desarrollo.

Un metanálisis repasó más de 1.700 estudios sobre la seguridad de los transgénicos, y concluía que ‘no se ha detectado ningún riesgo significativo’

 

Qué es un transgénico

Para aclarar por qué estos argumentos no son razones válidas para prohibir los transgénicos, empecemos definiendo qué es un transgénico. Sáltense este apartado si ya se lo saben, pero lo creo necesario ya que en los últimos días he oído hablar de «gotitas de transgénicos» y de que «los tomates transgénicos no saben a nada».

Se considera un transgénico un organismo al que se le ha aplicado la técnica de la transgénesis, que consiste en manipular directamente su ADN para conseguir que exprese una característica que se considera deseable. Eso se puede hacer activando o desactivando un gen del propio organismo o introduciendo un gen de otro organismo que lleva asociada esa característica que queremos.

Aunque esto suene futurista e intimidante, el ser humano lleva manipulando de una u otra forma el ADN de los organismos a su alrededor desde que eligió por primera vez qué semillas quería sembrar y cuáles no. No olvidemos que la agricultura es una forma de manipular la naturaleza. A medida que avanzaba el progreso, los investigadores han experimentado cómo cruzar unas variedades con otras para desarrollar, entre otros, cultivos más productivos o animales con más músculo y menos grasa.

La transgénesis es una técnica más entre un abanico de procesos que se pueden llevar a cabo para lograr la mejora agrícola. Tiene sus ventajas, como que permite incorporar características de especies muy alejadas entre sí y que sería imposible cruzar (por ejemplo las bacterias que generan insulina a partir de un gen humano) y que está focalizada para incorporar concretamente el gen buscado, de forma que es más eficaz que otras técnicas. También tiene, claro, sus inconvenientes, como las dificultades técnicas que conlleva.

La investigación continúa, las posibilidades son enormes y su riesgo o inocuidad se tendría que estudiar en cada caso concreto. Para lo que atañe a esta discusión, a partir de aquí llamaremos «OGM» o «transgénicos» a cultivos transgénicos, concretamente a los ya aprobados por organismos de regulación alimentaria.

 

«Los transgénicos son un riesgo para la salud y el medio ambiente»

Este es el argumento más eficaz para defender que los transgénicos deben ser prohibidos, o al menos quedar totalmente excluidos de la alimentación. Después de todo, la idea de que los OGM te harán enfermar es directa y juega con el miedo, un sentimiento poderoso. Muchas veces no hace falta afirmarlo, basta con insinuarlo y el daño es el mismo.

Lo que resulta más complejo explicar es que la ausencia absoluta de riesgo es imposible. Todos los alimentos que tomamos cada día conllevan cierto riesgo y no por eso ayunamos. Se han hecho estudios en ganado alimentado con transgénicos durante tres décadas sin que se hayan encontrado casos de problemas de salud en ningún animal. En octubre de 2013 un metanálisis repasaba más de 1.700 estudios científicos publicados de 2002 a 2012 que evaluaban la seguridad de los transgénicos, y concluía que «hasta el momento no se ha detectado ningún riesgo significativo relacionado con el uso de cultivos transgénicos».

Y es que en realidad, no habría motivos para que lo hubiese. Cuando comemos un alimento, sea transgénico o no, el proceso de la digestión descompone su ADN y todas sus moléculas, toma del ella lo que le es útil y se deshace de lo demás. Los transgenes no correrían una suerte distinta, no sobrevivirían en nuestro organismo, no se incorporarían a nuestro ADN y no comenzaríamos a expresar esa característica por la que fueron creados. La única posibilidad para que un OGM pudiese enfermarnos al ingerirlos es que estuviese diseñado para expresar una sustancia tóxica, algo que ningún investigador en su sano juicio diseñaría, por no hablar de los controles que tendría que pasar hasta llegar al mercado.

En cuanto a sus supuestos efectos sobre el medio ambiente, estos se centran sobre todo en el mayor uso del glifosato, un herbicida muy utilizado en agricultura pero también en jardinería urbana (de hecho, «puede comprarse en cualquier chino«, explicó Rosa en su intervención) ya que su alta inestabilidad hace que se descomponga pronto y su baja toxicidad evita intoxicaciones accidentales. Existen variedades transgénicas capaces de resistir al glifosato (ninguna lo genera por sí misma ni lo lleva en su interior, un error que se podía leer en uno de los textos redactados por Ahora Madrid), lo que convierte a este herbicida en el método perfecto para eliminar las malas hierbas de forma rápida y barata para los agricultores. En cualquier caso, hasta el momento ninguna de esas variedades ha sido aprobada en Europa.

TRANSGENICO

«Los OGM son oscuros porque están patentados»

Como cualquier desarrollo industrial, la mayoría de las semillas transgénicas están patentadas. No debería sorprender a nadie, al fin y al cabo son productos de costosas investigaciones y los que invirtieron en ellas quieren sacarles partido. Si alguien quiere utilizarlas para sembrarlas y hacer negocio con ellas, tendrá que pasar por caja.

Pero eso no significa, como pudo oírse en el foro, que sean inaccesibles al análisis científico independiente y por tanto sean oscuras, descontroladas, cuyo funcionamiento no se conoce bien y sus riesgos estén por determinar. Para patentar cualquier desarrollo es necesario consignarlo en un registro público (aunque la empresa se reserve cierta información que le permita obtener ventaja) y además según la mayoría de las regulaciones, las patentes están sujetas a ciertas excepciones, según las cuales se pueden emplear sin pagar, y una de ellas es la investigación. En el peor de los casos, un laboratorio podría adquirir esas semillas patentadas y analizarlas.

En cualquier caso, no son solo las variedades transgénicas las que están sujetas a patentes. También lo están muchas otras, desarrolladas con técnicas tradicionales de mejora agrícola. Los tomates raf o los kumatos que se venden en cualquier supermercado provienen de semillas patentadas que no son transgénicas, y los agricultores deben pagar por ellas para plantarlas.

¿Es esto justo? Lo es si tenemos en cuenta que desarrollarlas es caro y las multinacionales no lo harían si no pudiesen sacar beneficio por ellas (igual que ocurre con las empresas farmacéuticas). ¿Es socialmente justo? A mí no me lo parece, pero la solución no creo que sea prohibir los transgénicos, sino invertir fondos públicos en su investigación y desarrollo, de forma que los resultados no pertenezcan a una organización con ánimo de lucro sino a organismos públicos interesados en el bienestar de los ciudadanos. A lo mejor esto es algo que Ahora Madrid podría tener en cuenta.

 

«Agricultura ecológica para un mercado más justo»

El ideario antitransgénico tiene un fuerte componente de crítica al modelo de producción agrícola mundial, a la vez que reivindica la agricultura ecológica como modo de que agricultores y consumidores se encuentren en un mercado más justo. Cultivar en local, con semillas que no sean propiedad de grandes multinacionales y que el consumidor sea consciente de qué come y de dónde viene.

No se trata de una reivindicación desacertada, en mi opinión, aunque sí muy poco realista y en la que de nuevo los OGM son señalados como cabezas de turco sin razón alguna. Para empezar porque la agricultura ecológica, además de mucho menos regularizada que la extensiva (y no digamos que los transgénicos), es menos productiva y por tanto más cara. No es accesible a gran parte de la población no solo mundial, sino de la propia ciudad de Madrid, población que también tiene derecho a vivir con los beneficios que conlleva comer fruta y verdura cinco veces al día. Defender que la agricultura ecológica es el único modelo viable y éticamente aceptable parece una ventolera de quien nunca ha tenido problemas para llegar a fin de mes.

La industrialización de la agricultura ha abastecido nuestros mercados de productos que de otra forma nunca habríamos podido comer, además de hacerlos más duraderos, resistentes y atractivos. Es parte del proceso que nos ha hecho más altos, longevos y sanos que nuestros abuelos. Desde luego que se trata de un modelo mejorable, y que hay que señalar las prácticas poco éticas, y denunciarlas y pelear contra ellas. Pero decir que «nos están envenenando» y que «la tecnología no va a salvarnos» (expresiones textuales que se oyeron en el evento en boca de Spendeler) cuando cada generación tiene más calidad de vida que la anterior, en parte porque está mejor alimentada, es una barbaridad que está fuera de lugar en un debate científico serio.

Aunque la discusión sobre transgénicos nunca ha desaparecido del todo, en las últimas semanas ha vuelto a ganar relevancia a causa de la propuesta de Ahora Madrid de declarar Madrid una zona libre de transgénicos, un acto que no tendría repercusiones legales, pero sí simbólicas. El pasado viernes, y tras varias semanas de polémica, la formación convocó un foro abierto para debatir sobre ello.

El evento comenzó con la intervención de cinco ponentes: Pablo Saralegui, miembro de Madrid Agroecológico; Gabriela Vázquez, portavoz de Ecologistas en Acción; David Foronda, miembro del Círculo Podemos Ciencia; Liliane Spendeler, directora de Amigos de la Tierra, y Yago Rosa, bloguero de ciencia. La postura transgénicos, de entrada, no era mayoritaria y se echó de menos un panel más equilibrado, algo que según la organización no fue posible a causa de la falta de tiempo y las fechas veraniegas.

Algo sorprendente porque entre el público sí había una buena cantidad de científicos contrarios no solo a la medida, sino al formato que se había dado al evento. «La ciencia no se acuerda por consenso, se demuestra con evidencias» fue un comentario que se pudo oír allí y leer los días previos en las redes sociales. Me uno a la reflexión (que también hizo aquí Pablo Ortiz) de qué habríamos pensado si se hubiesen convocado foros así sobre el ébola o las vacunas en sendas recientes crisis y no se hubiese contado con la participación de los médicos.

Y es que el debate sobre transgénicos ya trasciende el área científica y entran otras esferas en juego, como la política, la social y la económica. La científica tiene sin embargo una característica especial: es más inaccesible para un público general sin formación específica en la materia y por tanto es fácil manipularla y utilizarla como herramienta intimidatoria. Puesto que esto es una sección de ciencia, voy a tratar de analizar lo que se habló en el debate desde ese punto de vista.

Según lo que se comentó en el foro, hay tres grandes problemas por los que los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) deben ser prohibidos: sus efectos perjudiciales sobre la salud, su falta de transparencia al ser organismos patentados y el hecho de que sostienen un modelo de producción agrícola injusto con los agricultores y beneficioso solo para las grandes multinacionales.

Fuente:                               http://goo.gl/uUc2g0

Leer Más:

https://es.wikipedia.org/wiki/Alimento_transgénico

http://www.wordreference.com/definicion/transgénico

http://www.muyinteresante.es/innovacion/articulo/ique-son-los-alimentos-transgenicos

 

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