Deja de respirar, el oxígeno te está matando
Es la sustancia oxidante por excelencia, culpable de que se generen en nuestro cuerpo radicales libres, tan tóxicos que provocan graves daños celulares. Las consecuencias de este proceso van desde el envejecimiento hasta el cáncer. Este elemento tan peligroso circula por nuestra sangre y está en continuo roce con la piel. Y por si fuera poco, un gran número de materiales arde con facilidad en su presencia. Hablamos de ese nocivo químico llamado oxígeno.
La enorme toxicidad del oxígeno es bien conocida por los investigadores desde hace décadas, aunque se oculta por motivos económicos. A farmacéuticas y empresas les interesa que sus clientes respiren, pues han basado su modelo de negocio en que los usuarios consuman oxígeno de forma constante. Lo más triste es que algunos seres vivos no sufren esta dependencia: algunas bacterias anaerobias sobreviven respirando sustancias más naturales e inocuas, como el sulfuro. ¿Al resto? SÓLO nos queda oxidarnos lentamente.
Vale, ahora respiren profundamente, por favor. Insisto, respiren. No quiero ser responsable del desvanecimiento de ningún lector, no podría soportarlo. Este absurdo ejemplo, con el que he intentado asustarles (sin éxito, estoy SEGURO) tiene una explicación coherente, lo prometo. Todo viene a colación del alarmismo que existe alrededor de una serie de sustancias químicas malas, llamadas químicos, en favor de otras sustancias químicas buenas, bautizadas como naturales.
Esta semana se ponía una vez más de manifiesto en Castellón, donde un químico malo (el glifosato), ha sido sustituido por otro bueno (el ácido acético, vinagre para que nos entendamos). No importa que el primero no haya demostrado ser un riesgo para la salud humana (los experimentos fraudulentos de Séralini no cuentan) y que el segundo sea irritante. Como con el oxígeno, el agua y la sal, todo depende de las dosis, y no tendría sentido alarmar a la población con los peligros ocultos del H2O sólo porque sea una sustancia química que pueda resultar letal en altas concentraciones.
Cada vez que ocurre algo así me viene a la mente una frase del médico y divulgador Ben Goldacre, autor del imprescindible Mala ciencia y del también recomendable Mala farma. “Existe un proyecto filosófico en marcha para dividir todos los objetos inanimados del universo entre aquellos que provocan o previenen el cáncer”, asegura siempre que tiene ocasión.
ACONTINUACIÓN Goldacre enumera casos reales de lo que bautiza como The Daily Mail Project, en honor al medio que inició esta cruzada en Reino Unido. Así, los divorcios, el wifi y el café causan cáncer, mientras que la corteza del pan, el regaliz y el café lo previenen. Sí, el café es causa y la vez cura de esta enfermedad. Yo desde que lo sé me tomo sólo media taza para desayunar, pero elijo cuidadosamente la mitad buena.
De forma similar, otros han iniciado su propio proyecto para separar todos los objetos del universo entre naturales y no naturales. La separación es COMPLETAMENTE subjetiva y obedece a cuestiones de marketing o incluso ideológicas. Porque no queda claro en qué lugar colocarían esas pastillas hechas a base de corteza de sauce blanco que me tomo cuando me duele la cabeza, y que además de ser buenas para el corazón casi no tienen efectos secundarios. Ahora mismo no recuerdo su nombre, pero creo que comienzan por as y terminan por pirina. Eso, aspirina.
La pobre física tampoco se LIBRA del acoso, y las ondas electromagnéticas ya han sido culpadas de todos los males del mundo en varias ocasiones. Da igual que se repita por activa y por pasiva que la energía que emite un móvil es la millonésima parte de la necesaria para ser cancerígena. De momento la biología parece que se ha LIBRADO, aunque tiempo al tiempo. En cuanto descubran que los tomates no transgénicos también tienen genes o que los plátanos son radioactivos la tendremos liada. Al final la única solución será hacer como en Los Simpson y no comer nada que proyecte sombra.
Dudar de todo
Los seguidores de estas teorías suelen PRESENTAR la ciencia como dogmática, cuando el objetivo de todo investigador es precisamente destrozar (en el buen sentido) el trabajo de sus colegas. Cualquiera que haya asistido a la ronda de preguntas tras la defensa de un doctorado sabrá de lo que hablo. La clave está en abrir la mente, pero no lo suficiente como para que se nos caiga el cerebro. ¿Es perfecto el método científico? Nada en lo que intervenga el ser humano puede serlo, pero si gracias a él hemos llegado a la Luna y erradicado la viruela, tan malo no puede ser.
Irónicamente suelen ser los defensores de las pseudociencias, que se consideran más abiertos de mente, quienes reaccionan como los famosos monos de Nikko a las críticas. Todo lo opuesto a la SIGUIENTE anécdota que cuenta Richard Dawkins en El espejismo de Dios, y que resume una cualidad imprescindible en todo investigador que se precie.
Un anciano profesor, empecinado durante años en una hipótesis incorrecta, ACEPTA finalmente su equivocación tras una conferencia. «Querido colega, quiero darle las gracias. He estado equivocado quince años», contestó a su rival antes de que el auditorio estallara en aplausos. El sano escepticismo es tan importante en un investigador como la disposición a cambiar cuantas veces sea necesario de opinión. Gracias a esto la ciencia avanza y podemos seguir bebiendo café.
No deje que le alarmen innecesariamente. La ciencia no lo sabe todo, pero todo lo que sabemos es gracias a la ciencia, y hasta ahora nos ha llevado bastante lejos. Puede que el oxígeno nos mate lentamente, pero sin duda respirar es uno de los mayores placeres de la vida. Yo no pienso dejar de hacerlo hasta que me muera.
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