La ciencia compara las dietas más populares
Este mes se han publicado dos importantes estudios científicos sobre nutrición. Uno aseguraba, textualmente, que una dieta con mucha carne y quesos puede ser tan dañina como el fumar, el otro afirmaba que no debería preocuparnos el consumo de grasa (presente, en grandes cantidades, en la carne y el queso).
Los comentarios de los lectores de El Confidencial en estas dos noticias reflejan bien lo que piensan ya la mayoría de ciudadanos: “Por su propio interés como ‘prestigiosos investigadores’ deberían de tratar de ponerse de acuerdo, porque, si no, al final vamos a acabar tomando todos estos estudios a cachondeo”; “yo creo que los especialistas deberían empezar por tratar de ponerse de acuerdo en este tema y cuando estén seguros del resultado de sus investigaciones emitir una tesis conjunta” o, directamente, “no me creo nada”.
Parece que existe una guerra abierta en el campo de la nutrición. A un lado el azúcar y los carbohidratos, al otro, la grasa y las proteínas. ¿Se trata de una simplificación? Desde luego, pero cada vez más científicos prestigiosos se lanzan a condenar a uno u otro bando, con una virulencia inusitada, algo que provoca que aparezcan en los medios recomendaciones contradictorias día sí y día también (y titulares del todo exagerados). Un mes oímos que algo es bueno (no bueno, fantástico) y al siguiente que es malo (o más bien, malísimo). No hay manera de aclararse.
El problema de todo esto es que empecemos a no creernos nada. Y eso es lo peor que podría pasar. La dieta, y en esto está de acuerdo todo el mundo, es uno de los factores que en mayor medida determina nuestra salud: si mejoramos nuestra alimentación viviremos más y mejor. Y aquí reside la gran paradoja; nadie argumenta que la dieta no es importante para nuestra salud y bienestar, pero al mismo tiempo nadie es capaz de decirnos cual es realmente la mejor dieta.
En busca de la dieta perfecta
La revista científica Annual Reviews pidió al doctor David Katz, director del prestigioso Yale University´s Prevention Research Center, que comparara las dietas más populares y decidiera cuál es la mejor para la salud. Los editores de la publicación sabían muy bien a quien escogían. Katz se define a sí mismo como un iconoclasta a favor de la razón. “No me importa saber qué dieta es mejor, me importa la verdad”, ha explicado a The Atlantic. Y, bajo esa premisa, ha analizado al dedillo las dietas más populares.
Tal como explica en el estudio –titulado ¿Podemos decir qué dieta es mejor para la salud?–, la realidad es que detrás de las dietas más conocidas apenas hay estudios científicos: “No ha habido investigaciones rigurosas y mantenidas en el tiempo que comparen las dietas usando una metodología que excluya los sesgos y la confusión”.
La conclusión de Katz es clara y contundente: ninguna dieta es claramente la mejor, pero hay elementos comunes a la mayoría de dietas que sabemos saludables. Este es su veredicto sobre las más conocidas.
BAJAS EN CARBOHIDRATOS (O PROTEICAS)
Se centran en la restricción del consumo de carbohidratos, de todas las fuentes (por debajo del 45% del total de calorías diarias), y limitan casi a cero el consumo de carbohidratos refinados y azúcares. Potencian el consumo de proteínas. Entre las más conocidas se encuentran la dieta Atkins o la Dukan.
Crítica y valoración
El uso de las dietas bajas en carbohidratos es relativamente reciente, pero están muy extendidas. Estudios de duración moderada han demostrado la eficacia de estas dietas para perder peso, sus potenciales beneficios metabólicos y unas implicaciones favorables para la calidad de vida. Pero estos estudios no tienen en cuenta la restricción del consumo de carbohidratos en sí, pues estas dietas restringen las calorías en general, por lo que no conocemos bien qué efecto tiene cada restricción por separado. Si no se consumen menos calorías, las dietas proteicas pueden contribuir a ganar peso y tener efectos metabólicos adversos. No existen estudios relevantes sobre el impacto de estas dietas en la salud a largo plazo.
BAJAS EN GRASA
Estas dietas, entre las que se incluyen la dieta tradicional asiática y las dietas vegetarianas (no veganas), restringen el consumo de grasa de todas las fuentes, por debajo del 20% del total de calorías diarias.
Crítica y valoración
El uso de estas dietas es antiguo y está muy extendido. Se han realizado estudios que muestran que estos regímenes son beneficiosos para perder peso, y reducen los problemas cardiovasculares y la mortalidad.
En la actualidad se han criticado enormemente las recomendaciones dietéticas oficiales, muy duras con el consumo de grasa, pues hay quien cree que están detrás de la epidemia de obesidad y diabetes. Según Katz, el enfoque no es el adecuado. En su opinión, el fracaso de las recomendaciones dietéticas se debe más al incremento del consumo de alimentos ricos en carbohidratos refinados y azúcares que a la reducción del consumo de grasas.
No hay una evidencia decisiva que asegure que las dietas bajas en grasa son mejores que las dietas ricas en grasas saludables, como la dieta Mediterránea. Y cuando la elección de los alimentos es razonable en ambas, no está clara la superioridad de esta dieta respecto a la que restringe los carbohidratos.
En qué consiste
La dieta tradicional de las poblaciones del Mediterráneo enfatiza el consumo de aceite de oliva, vegetales, frutas, frutos secos, legumbres, lácteos (con moderación) y cereales integrales. Incluye pescado con relativa frecuencia pero poca carne. También permite un consumo moderado de alcohol (vino).
Crítica y valoración
Se trata de la dieta que más ha sido estudiada científicamente. Numerosas investigaciones la asocian con un incremento de la longevidad, un menor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y neurodegenerativas así como algunos tipos de cánceres. Katz apunta, en cualquier caso, que todo esto se debe al alto consumo de vegetales, aceite de oliva, legumbres y frutos secos, además de al bajo consumo de carne. El papel del pescado y los cereales no está tan claro.
PALEOLÍTICA
En qué consiste
La dieta paleolítica, muy de moda últimamente, apuesta por emular el régimen alimenticio de nuestros antepasados de la Edad de Piedra. Se potencia la ingesta de vegetales, frutas, frutos secos, huevos y carnes magras. En principio, el consumo de cereales, lácteos y alimentos procesados está excluido por completo.
Crítica y valoración
La literatura científica sobre la dieta paleolítica es de tipo antropológico, no biomédico. Puede que la dieta fuera beneficiosa para nuestros antepasados, pero nada hace indicar que sea recomendable a día de hoy. Su enfoque es equivocado, pues la mayoría de estas dietas incluyen más carne de la recomendada, y mucha más de la que en realidad comían nuestros antepasados, algo que no puede ser bueno de ninguna manera. La realidad es que la dieta paleolítica no tiene nada de prehistórica: la composición de la carne hoy no es igual que la de un Mamut y la mayoría de plantas que comían nuestros antepasados hoy están extintas.
Una apuesta por la comida real
¿Podemos aprender algo de todo esto? Sí, y es muy importante para nuestra salud y bienestar. “Una dieta compuesta por alimentos naturales, mínimamente procesados, en la que predominen las plantas, está asociada de forma decisiva a la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad”, asegura Katz con rotundidad.
El doctor es muy crítico con algunos de sus colegas, los divulgadores y, sobre todo, con los medios. “No es sólo una cuestión lingüística”, explica el nutricionista, “a veces me entran ganas de llorar cuando pienso que estamos pagando la ignorancia con vidas humanas. Con el conocimiento que tenemos a nuestra disposición podríamos eliminar el 80% de las enfermedades crónicas”.
El problema es que, como apuntaba acertadamente otro de los lectores de El Confidencial, “es peligroso tomar un artículo especializado de los cientos publicados al año en la literatura y esperar sacar conclusiones al estilo blanco-negro-malo-bueno que al periodismo le suele encantar”. Pero estas conclusiones no son siempre una interpretación del redactor, son por lo general las afirmaciones de los propios autores, presentes en las notas de prensa que elaboran las universidades y revistas (pensadas, claro está, para que se publiquen en los medios). Es evidente que necesitamos una solución, pero debe darse entre todas las partes implicadas, incluida la de los ciudadanos interesados por este tipo de información: detrás de todo titular llamativo hay una explicación y un contexto que muchas veces no se tiene en cuenta, pues son pocas las personas leen los artículos hasta el final. En la ciencia, y más en lo que respecta a la nutrición, nada es categórico.
Katz cree, en cualquier caso, que no toda la información que aparece en los medios es criticable. Cita en concreto la labor del periodista Michael Pollan –al que entrevistamos en El Confidencial hace unas semanas–, que, en su opinión, tiene una idea de las recomendaciones dietéticas muy acertada: “Come comida, no demasiado y mayormente plantas”. Para el científico este es un buen consejo pues, al contrario de los que proponen muchas de las dietas, es sencillo y no tiene nada de radical.
“Si comes la comida directamente de la naturaleza”, explica Katz, “ni siquiera tienes que pensar en el valor nutricional de cada alimento. No tienes que preocuparte por las grasas trans y saturadas o la sal, que en su mayoría proviene de la comida procesada, no del salero. Si te centras en la comida real, los nutrientes tienden a cuidarse ellos solos”. En la batalla de las dietas nadie gana, sólo la comida real puede sacarnos del atolladero.
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